Desde los siete años se dedica al bandoneón y lo ha utilizado especialmente para la música clásica, sin olvidar el tango y las composiciones propias. Alejandro Barletta con 80 años sigue en el camino de su arte como una leyenda del instrumento, acompañado por un público fanático y por sus discípulos.
Por JULIO PAGANI
Saludado por Ginastera o Juan José Castro, participando en escenarios internacionales o tocando en Capital Federal o en provincias, las charlas y ejecuciones de Alejandro Barletta son seguidas con devoción. Acaba de presentarse en Lomas de Zamora en el Consejo Profesional de Agrimensura de la provincia de Buenos Aires, distrito VII, en una serie de conciertos, en este caso organizados por Fopep sur, un grupo de seguidores.
– ¿Desde cuando con el bandoneón?
– Desde los siete años. Conocí el instrumento por un personaje del barrio de Floresta en Buenos Aires, le tomé cariño porque ese maestro solía acercarnos el bandoneón a los chicos de cinco años. Me entusiasmé mucho y le pedía a mi padre que me regalara uno, y al fin lo hizo.
Entonces fui un autodidacta total, claro que también tuve contacto con maestros de música muy famosos como Ginastera o Athos Palma, incluso aquellos de la Escuela Cantorum de París o la Sorbona, donde estudié musicología.
-¿Por qué se lo califica de primer bandoneón de la historia?
– Porque en este instrumento nunca se ejecutó música clásica, entonces yo comencé a ensayar ese género desde chico, aunque también he tocado tangos y acompañé orquestas. En Alemania, siendo patria de origen del bandoneón, fui el primero que ha dado un concierto.
Según me dijo un famoso bandoneonista de las típicas cervecerías alemanas: «mientras lo alemanes dormían apareció usted». Siempre ejecuté un bandoneón doble A, Alfred Arnold, que es famoso com el mejor que se haya construido.
-¿Cómo fue que ejecutó clásico siendo de la porteña y tanguera Floresta?
– Resulta que yo tenía hermanos que también eran músicos, uno era violinista y otro violoncelista, entonces vino el profesor LoGiovine, ex violinista del teatro Colón, cuyo hijo era el director, a enseñarles. Yo tenía 9 años y se interesó en el bandoneón y me puso delante del atril para ver si podía ejecutar una obra de Mozart, claro, sin ensayarla. Lo intenté, y así la primera pieza que hice del género fue «La marcha turca» del gran compositor. Y me acostumbré a lo clásico, incluso con otras obras que me hizo comprar y me enseñó. Ya a los 12 años ejecutaba de todo.
Pero también en Buenos Aires comencé a tocar tangos a los 14 años en el cabaret Novelty, un lugar de primera en un sótano de Esmeralda y Lavalle. Allí toqué junto con Nicolás Vacaro que había sido pianista de Gardel en París. Le gustó mucho hacerlo y seguimos juntos en varias oportunidades. El último con el que hice tangos fue con Alberto Castillo.
Luego, a los 15 años comencé a componer obras que según las opiniones son obras de un sonido espacial, un carácter cósmico, como las definió un crítico alemán. Una de ellas es «Venus» de nivel camarístico, para bandoneón y violín, dos guitarras, violoncelo, piano solo o cuarteto de cuerdas, bandoneón y percusión. Pero también están «Júpiter» o «Mars», y obras como el «Concierto del Sur» o el «Doble concierto de Montevideo», estrenado en el Festival Interamericano de Música de esa ciudad.
-¿Sigue componiendo, tiene discípulos?
– Lo hago, pero el bandoneón me ocupa mucho tiempo, es un instrumento muy difícil que hay que estudiar siempre.
También tengo muchos alumnos, como un japonés de 23 años que ya hace conciertos y otro que toca en «Señor Tango» de Barracas, pero también le piden música clásica para los turistas.
Aunque mi primer alumno fue un verdulero que pasaba por mi casa de Floresta y me pagaba las clases con verduras.
Un fuelle de gran trayectoria
Desde hace 35 años el maestro Barletta vive en Adrogué y se ha transformado en todo un personaje en una zona que sorprende por su actividad artística y cultural.
Su primera escapada al exterior fue a Chile, donde fue considerado por la crítica como un milagro del arte. Allí le sugirieron que visitara a Ginastera, quien lo apoyó mucho, y a Juan José Castro, con quien tocó en Uruguay con la Sinfónica del Sodre. Barletta venía de París donde hizo el primer concierto con bandoneón y orquesta donde este instrumento suplantaba con justeza al órgano, bajo la batuta del gran André Cluytens. Y lo estudió sólo en una semana.
El maestro fue galardonado en 1989 con la medalla del mérito de la Fundación Konex como uno de los músicos más relevantes de la historia argentina y el Gran Premio de Honor, Carlos Gardel de Oro por sus tangos de cámara (más de 50 ). Grabó en Nueva York, México, Montevideo, Medellín.
En sus conciertos presenta no sólo obras propias sino barrocas, y también románticas ya que el bandoneón está considerado y con más razón en su particular ejecución, como un órgano de cámara.
«En el mundo fui recibido muy bien, incluso por algunos que desconocían el bandoneón y preguntaba si era un instrumento de cuerdas o de teclado. Por eso me puse a explicar un poco sobre el instrumento. Así me pasó en Dinamarca, Noruega, Finlandia y Rusia, donde fui invitado por Kachaturian, quien me había escuchado en Buenos Aires, y estuve en cinco repúblicas», dice el maestro, que estuvo en toda Europa y diez años seguidos visitando España donde conoció a personalidades del flamenco y tocó con ellos, además de Segovia, Zabaletta o el mismo Joaquín Rodrigo quien dijo de él: «Atrevida hazaña la que está llevando a cabo Alejandro Barletta al rehabilitar el bandoneón. Procurar un instrumento más al quehacer de los compositores es algo noble y que a pocos les está reservado».
Barletta señala que el bandoneón «es un instrumento maravilloso, con un sonido muy distinto del acordeón, más grave, como un violoncelo, y con agudos que se pueden modular muy bien, por eso hago toda la música para órgano».
Lo dice como devoto de Bach, o Beethoven, pero también de aquellos tangos de la guardia vieja y de clásicos como Filiberto, y el mismo Troilo. (J. P.)
Lunes 19 de setiembre de 2005 Cultura y Espectaculos – Diario Rio Negro Online